Capítulo 4
La
situación era muy tensa.
Todos
sudaban. Unos de una manera. Y otros de otra. Con diversas y variadas intensidades.
Todos transpiraban. Unos, más. Y otros, menos.
También
sudaba el árbitro. Y sudaba porque tenía que correr por toda la cancha para
poder cumplir bien su tarea, aunque tenía la ayuda de los dos árbitros
auxiliares que corrían por sus respectivas bandas. También corrían y también
sudaban. Ahora, los tres árbitros sudaban, además de la carrera que tenían que
realizar y poder estar alertas, por las decisiones tomadas. Eso también los
hacía sudar.
Y
sus adrenalinas estaban trabajando copiosamente. Para eso los habían contratado
en esa tarde: para que tomaran decisiones. Se podían equivocar en sus apreciaciones
y podrían hacer juicios de valor equivocados. Pero para eso los habían
contratado. Para que fueran jueces y tomaran las decisiones que se tuviesen que
tomar.
En
el caso del penalty cabía la posibilidad de no haber sido justo. Pero tenían
esa facultad, de equivocarse. Tal vez no se había equivocado, o tal vez sí. A
los que les favorecía el penalty, el árbitro no se había equivocado. Pero, para
los que no les favorecía, el árbitro estaba vendido. La rechifla en el Studium
le hacía pensar que se había equivocado. Pero, los aplausos en ese justo
momento le indicaban que no se había equivocado. El problema era un problema,
porque si pitaba era un problema, y si no, también lo era.
La
situación estaba muy complicada.
Muy
delicada para el equipo que hasta ese momento iba ganando. Porque cabía la
posibilidad, casi cierta, de emparejarse los resultados. Y eso complicaba las
esperanzas en el campeonato.
Pero
la situación se presentaba, justo en ese momento, y a partir de ahí, como
posibilidad, también casi cierta, pero no segura, para el equipo que iba a
chutar el penalty. Porque sería pasar de menos a iguales. Y las cosas le
favorecerían.
Y
todo esto podría ser visto como responsabilidad del árbitro, o porque si; o,
porque no.
Situación
para sudar. Como todos los estaban en ese momento.
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