Capítulo 1
La estación de radio
transmitía el encuentro de futbol en esa tarde. Era una partida de futbol
importante para la selección nacional. De allí dependía su clasificación y el
pase a la siguiente ronda.
En ese momento el
árbitro había sentenciado un penalty. Todos estaban con los nervios de punta.
El mejor jugador estaba detrás del balón, en todo el punto blanco señalado para
esas circunstancias, esperando el pitido que saliera de la decisión del juez
del encuentro, para salir corriendo y asestarle un puntapié a la pelota, y con
ello emparejar las acciones, y mejorar los resultados, que les eran
adversos hasta ese momento. El arquero
del equipo contrario se movía justo en el medio como para ayudar a que su rival
se desconcentrara y errara su objetivo. El arquero movía los brazos,
balanceándose de un lado y del otro.
La gente en las tribunas
sudaba. El momento era muy tenso.
Unos esperaban el gol.
Otros deseaban que el arquero atajase el tiro, o que la pelota pasara por un
lado de la arquería, y que no entrara a las redes. Unos y otros tenían sus
intereses y sus angustias en ese mismo momento, en la misma circunstancia y en
el mismo lugar, tiempo y espacio. Todos sudaban y transpiraban copiosamente. La
realidad era la misma. Unos porque no. Y otros porque si. Unos a favor. Otros
en contra. Cada uno de los que estaba en el Stadium había tomado partido, o a
favor, o en contra. No había la posibilidad de permanecer indiferente, por lo
menos, en ese justo momento del penalty. Imposible quedarse sin querer nada. O
se quería que hicieran el gol. O se quería que no se hiciera. A eso se había
ido a la cancha de futbol ese día, o a perder con el equipo, o a ganar. Y, en
ese momento, todo dependía de uno solo, en ambos lados. De un lado, del que
estaba detrás del balón para hacer que tocara la red del equipo contrario. Pero
que tocara la red por la parte de adentro, que significaría su gozo y su
fiesta, además de la algarabía de los que estaban con él en ese momento. De
tocar la red por la parte de afuera, entonces, la algarabía y la fiesta sería
para los que estaban con el arquero, que se movía como chimpancés, hacia la
izquierda y hacia la derecha de su propio cuerpo a la cadencia del movimiento
de sus brazos, en forma de balanza o del sube y baja.
Todos sudaban.
La estación de la radio
se hacía eco de la situación que se estaba viviendo en ese momento. También los
de la radio iban o por si o por no, y entre ellos también había diferencias. Y
así, entre ellos, a veces presagiaban que sí, y a veces que no, a pesar de que
cada uno tenía su deseo y su aspiración, porque también habían ido a eso al
Stadium.
Los nervios estaban de
punta.
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